sábado, 7 de abril de 2018

El rostro oculto de Marilyn X



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Cap. 1X

La reseña mundial de cine

José de Cádiz


Cuando Marilyn fue golpeada en su suite por 2 desconocidos tuvimos que reforzar la vigilancia. A otro día la visité esperando encontrarla abatida. Para mi sorpresa estaba frente al tocador arreglándose con esmero. Apenas se le notaba un ligero moretón en la cara.  Con un hermoso vestido verde se delineaba pausadamente los labios. Le pregunté sorprendido:

--¡Cuánta belleza y glamour! ¿Dónde será el “reventón” Marilyn?

Contestó de buen humor:

--Quiero que me lleves a comer al mejor restaurante. No quiero permanecer triste en Acapulco. Vine a recrearme y eso haré justamente.  Se me antoja un coctel de camarones o un pescado a la talla, ¿puedes elegir una buena opción?

--Claro, pero, ¿te sientes bien? Si apenas ayer te encontrabas muy triste. ¿No te duele nada?

--Absolutamente.

--Me da gusto verte tan animada.

Beautiful Marilyn

Me miró sentenciando:

--He comprendido que la vida es corta y hay que vivirla.  Aprovechar cada minuto de nuestra existencia.  No voy perder más el tiempo en lamentaciones y llantos.

--Muy buena filosofía, conozco un restaurante que te va a encantar.  Pero iré a cambiarme de ropa a casa.

Contestó bromeando:

--Pero si te ves muy guapo con ese uniforme blanco. Me encanta esa loción varonil que usas. Te prohíbo que te vayas a cambiar.

--Bueno, al menos déjame ducharme en tu baño.

--No me hagas caso, y puedes hacer lo que gustes, desde niña he sido muy bromista.

Me fui a ponerme una ropa adecuada.  Quería parecer un turista y no un gendarme en funciones. En el puerto hace un calor intenso y el sudor moja la ropa a cada instante. Uno de mis mayores placeres consistía en llegar a casa después del trabajo y quedarme sólo en ropa interior.  Cenar, leer un poco, y luego a dormir.  Presentía que ese día sería muy especial comiendo mariscos al lado de una mujer como Marilyn.
  
Había otros 3 elementos para vigilar más eficazmente a la diva. Sobre todo porque ella prefería viajar en taxi en lugar de usar la limusina. Nos dirigimos a una bahía muy concurrida por sus aguas mansas: “Puerto Marqués”, el día era reposado y lleno de sol. La rubia estaba ávida por conocer otros atractivos. Un sombrero de anchas alas la ayudó a pasar desapercibida.

Marilyn Monroe

En Puerto Marqués hay restaurantes al aire libre que ofrecen mariscos frescos todo el tiempo.  Tienen fama de preparar exquisiteces culinarias y bebidas exóticas. Se pueden disfrutar paseos en lancha o velero.  Afortunadamente, sus golpeadores está vez no la siguieron.

Los turistas usan ropa de playa, bronceador, gafas para el sol, repelente para los mosquitos.  Elegimos un restaurante donde había música viva. Estaba completamente lleno de vacacionistas. Pedí la carta y elegí una rica “campechana”. Norma escuchó sorprendida el pedido y preguntó:

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--¿Qué significa “campechana”, Joe?

--Es un cóctel de pulpo con camarones y otras 5 variedades de pescado.

--¿Me puede traer eso a mí? –-pidió al camarero.

--Tiene buen gusto señora.

Estaba seguro que en su vida había probado Marilyn la “campechana”. Pero estaba consciente que ella quería olvidarse de todo, hasta de la comida gringa.  Discretamente vi la cara de angustia que puso al probar la salsa roja y picante conque aderezan ese platillo. 2 cervezas frías sirvieron como aperitivo.

La música amenizaba el lugar en un ambiente festivo. Los turistas comían y bailaban muy animados.  Más tarde llegó un trío entonando melodías de antaño. Composiciones que despertaron la nostalgia de los presentes. Norma escuchó sorprendida tratando de encontrarle sentido a las letras. Le gustaron mucho las canciones, “Piensa en mí”, y “Acapulqueña”.

Más tarde nos fuimos a recorrer la bahía en un velero alquilado. Es tan emocionante viajar en una nave sin timón que puede ser como la vida misma. Sentir la fuerza del aire nos proporciona una sensación de libertad.  Nunca vi a Marilyn tan relajada y contenta.

El sol daba de lleno en su rostro proporcionándole un bronceado fabuloso. Sus mejillas sonrosadas resaltaban sus ojos celestes. El velero se abría paso en el océano semejando un caminante desorientado. El aire impetuoso nos bamboleaba mienstras la actriz se aferraba con fuerza a mi espalda. Por fin logré orientar la vela.

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Expresó emocionada:

--¡Esto es casi el paraíso! El recuerdo de estos paisajes será mi fortaleza. Es tan bonito sentirse libre.

--Eres tan libre como tú quieras.  A veces la esclavitud la llevamos en la mente.

--De niña soñaba con conocer el mar y nunca tuve oportunidad.  Me hubiera encantado conocer estas playas.

--Ahora ya las conoces y puedes estar satisfecha.  Yo nunca pensé en ser tu amigo y sin embargo he cumplido mi sueño. Siempre hay ilusiones que se cumplen.  Pero hay que mentalizarnos y no perder nunca la fe.

La bella contestó con un silencio inescrutable.  Sus ojos luminosos miraban el cielo como queriendo descifrar el infinito. La brisa fresca resultaba una caricia para el cuerpo. Agregó:

--Quisiera palpar el horizonte y ver más allá del sol.  Me compraré una casita en el puerto y volveré al anonimato.

--Por lo visto reniegas de tu fama.

--Reniego de las consecuencias.  Si no lo fuera viviría más tranquila.

--¿Será que no supiste manejar la popularidad?

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--Era una chica joven e inexperta.  Nunca pude apartar mi vida privada de los reflectores.  La fama debes saber utilizarla o te destruye.

Volvimos a “Puerto Marqués” ya muy tarde.  3 policías vigilaban  el velero con binoculares. Al llegar noté que intercambiaban miradas maliciosas.  Una puesta de sol nos despidió en lontananza. No pude evitar que me invadiera la nostalgia. Tal vez muy pronto todo aquello sería un bello recuerdo.  Esa hermosura tan deslumbrante ya no estaría a mi lado.  La observé detenidamente queriendo grabarme su presencia.

La estrella pidió un taxi que nos llevará a un exclusivo centro comercial. Ahí compró las más extravagantes prendas: Botas, pelucas, pantalones, maquillaje y hasta unos bigotes postizos. Yo la miraba extrañado sin acertar a comprender gustos tan extraños. En el trayecto al hotel le pregunté:

--¿Vas a filmar alguna película?

--No, estas prendas son para disfrazarme.  Yo me visto con los mejores modistos del mundo.  Diseños que me paga la Twenty Century fox.

--¿Para disfrazarte? No te entiendo.

--Mira, los hombres que entraron a golpearme aún se encuentran en el puerto. Aprenderé a cambiar de identidad cuando sea posible. De lo contrario el peligro me acechará en cada esquina.

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Marilyn era más lista de lo que todos suponían. Regresamos al hotel oscureciendo y contemplamos las luces de la bahía desde la terraza de su suite. Sentía los rayos del sol ardiendo en mi rostro.  La rubia tenía que hacer llamadas de larga distancia. Situación que aproveché para ir a mi departamento a descansar un poco.  Me recosté en un sillón, el teléfono repiqueteó insistentemente. Era Fabiola, mi novia, quien llamó para decirme:

--¡Hola, corazón! Voy para tu casa en este momento.

--¡Hola cariño! Lamento no poder recibirte. Estoy de guardia y sólo vine a cambiarme. 

-¿Es que ya no tienes días de descanso? Antes me llamabas y no las pasábamos bomba. ¿Qué te pasa, Joe? Te noto extraño.

--Simplemente, tengo exceso de trabajo. Luego te llamo, ¿sigues tomando cursos de baile?

--Sí, pero no me cambies el tema.  Recuerda que prometimos hablarnos con la verdad.  Bueno, Si estás tan ocupado, te dejo.  ¡chao!

--Chao, preciosa!

Me quedé sorprendido por el giro de la conversación. Las mujeres de alguna manera intuyen cuando alguien les miente.  Fabiola no sabía nada de Marilyn y parecía estar al tanto de todo.  Debía contarle la verdad. Ella sabría comprender.

Me puse una playera, jeans, y partí de nuevo al hotel. No sabía si la rubia aceptaría ir al cine o preferiría otro sitio.  Pero había cambiado de opinión:

--No quiero ir al cine. Mejor me gustaría visitar el Casino Jai Alai, ¿lo conoces?

--Sí, un lugar muy exclusivo. Lo frecuentan niños ricos, celebridades y políticos.


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Marilyn era tan caprichosa y voluble como una mariposa. Me había dicho claramente que quería ver “Locura de amor”, pero respeté su decisión. Finalmente yo estaba ahí para complacerla.

Nuestro taxi se desplazaba velozmente por la Avenida costera. El chofer manejaba con precaución en una tarde lánguida y fresca. Por la ventanilla observábamos la algarabía de los turistas.  De pronto, el conductor nos comentó alarmado:

--Debo decirles que alguien nos viene siguiendo. Son tres individuos con gafas, ¿qué hacemos?

Nos miramos confundidos un momento.  Pero la actriz recuperando el aplomo ordenó al chofer:

--Trate de evadirlos como pueda y llévenos por otra vía al “Casino Jai A lai”.

--Lo intentaré.

El taxista maniobró hábilmente durante varios minutos. Por fin logró escabullirse por un callejón solitario y llegamos al exclusivo lugar. Por fuera lucía imponente y majestuoso. Autos elegantes aparcaban en el estacionamiento. Parejas bien vestidas descendían sonrientes.


El Jai a lai era un club donde los turistas apostaban fuerte.  En los años 50s y 60s fue el centro de reunión del Jet Set internacional. Su clientela eran preferentemente famosos, o empresarios, que venían a jugar frontón o boliche.


La “pandilla de Holywood” lo visitaba frecuentemente.  Un grupo de actores conformado por: John Wayne, Ava Gadner, Jonhy Westmuller, Betty Davis, Douglas Fairbanks, Liz Taylor, Orson Wells,  Gary Cooper y tantos otros. Tanto les gustaba Acapulco que compraron un hotel exclusivamente para ellos: el “Flamingos club”, que aún existe como testigo fiel de esa época dorada.  Marilyn, no era la excepción en su fascinación por el puerto.

En el “Jai a lai” había ruletas y juegos diversos con pelotaris uniformados que hablaban varios idiomas. Guapas edecanes atendían a la clientela en minifalda. Era común tener como visitantes a estrellas del cine francés, italiano, español, etc: Silvana Mangano, Sarita Montiel, Gina Lollobrígida, Brigitte Bardot, Sofía Loren, que venían anualmente a la "Reseña Mundial de cine". Un festival cinematográfico que atraía a miles de turistas.

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Celebridades que aburridos de la farándula se venían a veranear los fines de semana. El aeropuerto internacional Juan Álvarez estaba recién inaugurado y los hoteles de 5 estrellas. En el casino también coincidían estrellas del cine mexicano: Pedro Armendáriz, Dolores del río, Arturo de Córdova, María Felix, Jorge Negrete y muchos más.

Los años 40s y 50s fue la época de oro del cine mexicano. Sus películas fueron premiadas en festivales internacionales: Los olvidados, Flor Silvestre, Subida al cielo, Tizoc, Nosotros los pobres, Allá en el rancho grande, etc.  Hasta la década de los sesentas el puerto celebraba bulliciosamente la “reseña mundial”, en donde se presentaba lo mejor de la cinematografía universal. Todo en presencia de actores, dramaturgos, técnicos, directores y público en general.  El museo, “Fuerte de San Diego” era la sede por su historia y tradición.  El puerto no contaba con grandes auditorios como ahora.

Al mismo llegaban vacacionistas, prensa, y cinéfilos de todo el orbe queriendo conocer a sus actores favoritos.  “El paraíso de América” se perfilaba como centro turístico internacional.  Los barrios históricos aún conservaban su encanto natural. La Quebrada, Caleta, y Caletilla eran lugares obligados para todo visitante. !Ay qué tiempos aquellos señor don Simón!

Las luminarias eran conducidas en helicóptero desde su hotel al Fuerte de San Diego provocando revuelo. Dolores del Río, y Manolo Fábregas los recibían elegantemente vestidos. Había pantallas gigantes en los parques cercanos para que el pueblo también disfrutara del festival. Varias cintas estrenadas aquí se convirtieron en clásicas: “Dr. zhivago”, "Y Dios creó a la mujer", “Bella de Día”, "Locura de amor", “Rebelde sin causa”, “El último cuplé”, "Los caballeros las prefieren rubias", etc.

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Acapulco fue y sigue siendo el lugar del espectáculo por excelencia.  El escenario natural del glamour y medio cinematográfico. Los productores y la Tv han hecho del puerto una mina de oro. Sus playas ejercen un encanto casi hipnótico para quienes las conocen. Los turistas se enamoran del puerto.

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Llegamos al casino Jai alai pero Marilyn decidió no entrar. Cambiaba de parecer de un momento a otro.  Tenía temor de encontrarse con gente del cine y tener que dar explicaciones. Le comentaron que se encontraban ahí quienes la habían demandado por incumplimiento de contrato. Mejor me pidió conocer las playas de “Caleta” y “Caletilla”.  Estábamos precisamente frente a ellas.  Hacia allá nos dirigimos caminando. Le pregunté:

--¿Por qué no quisiste entrar al Casino, Norma?

--Porque vengo huyendo de Hollywood y no quiero encontrar lo mismo.

--¿No será que te avergüenzas que te vean con un desconocido?

--Por favor, Joe, ¡Claro que no! --me tomó de la cintura y me abrazó. 





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