jueves, 5 de octubre de 2017

El rostro oculto de Marilyn






Cap. VIII

La estrella es brutalmente golpeada

José de Cádiz 



Aquel sueño donde vi a Marilyn rodeada de gente muerta me había dejado impactado.  Me levanté de madrugada a correr como 5 kilómetros. Hice mis ejercicios de rutina y desayuné. No había recibido instrucciones de mis superiores para abandonar la vigilancia de la actriz. La incertidumbre me atosigaba.

Tenía ganas de conversar con mis compañeros sobre nuestra actividad. Llegué al hotel y charlaban amigablemente.  Me extrañó que no hubiera grupos de estudiantes queriendo conocer a la diva. Todo estaba en paz y supuse que Marilyn ya se encontraba demasiado lejos.
 
Intrigado, bajé a la recepción a preguntar. Mi vista se desvió hacia el sofá de aquel lobby donde la había conocido. Recordé sus reflexivas palabras: “Quisiera encontrar verdaderos amigos pero es prácticamente imposible”. Había un recado que leí apresuradamente: “Joe, he decido quedarme, espérame en el restaurante del hotel. Podemos platicar a gusto y desayunar. Besos, Marilyn”.

El alma me volvió al cuerpo. Es increíble cómo pasamos de la tristeza a la felicidad en un santiamén. Como si la dicha dependiera del tiempo y no del azar. Caminé de prisa rumbo al restaurante. Me sentía como maratonista ganando una medalla olímpica. Eran las ocho A M y había unos cuantos comensales. Me metí al baño a corregir mi apariencia. El ejercicio diario me sentaba muy bien.

Desconocía por qué se había quedado Marilyn pero tampoco me importaba. Cuando la conocí le había regalado flores y salí a la calle a comprar un ramo grande de rosas. En la mesa saqué un libro de bolsillo para disimular que estaba leyendo. En realidad sólo pensaba en ella mientras mi reloj parecía detenerse sin misericordia.

Por fin divisé a lo lejos a una rubia despampanante abriéndose paso entre los comensales como un vendaval. Una mujer                                extraordinariamente bella caminando en dirección a mi mesa. No pude resistir el impulso de ir a su encuentro. Expresé:







--¡Qué gusto verte!  Creí que ya no lo haría más.  Te hubiera extrañado mucho.

--Yo también.  Pero déjame caminar que traigo un hambre feroz.

Al ver las flores comentó satisfecha:

--Eres muy detallista, ¿cómo sabías que me gustaban las rosas?

--Será que estoy empezando a adivinarte el pensamiento.  A una mujer espléndida le encantan las flores. Eres exuberante y supongo que muy apasionada.  Sólo que como a cualquier otro me gustaría conocerte un poquito más de cerca.




 --Te advierto que pocos hombres han sabido despertar mi pasión.  La mayoría son una nulidad en la cama.  Han pasado por mi vida sin dejar huella alguna.  ¿Acaso no lo sabías?

--Por supuesto que no.

Tomó asiento mientras yo la escuchaba intrigado. Aquella confesión me había dejado perplejo.  Pidió la carta y eligió chuletas, sopa de verduras, jugo de naranja.  Parecía dispuesta a cargarse de energía. Pedí lo mismo y me hubiera gustado respirar su aliento, beber en su vaso, pero me contuve.

Agregó:

--Fíjate que me aterra la idea de volver a Hollywood.  Como si no perteneciera a ese mundo. He tenido sueños horribles.




Iba a contarle mi sueño pero cambié de parecer por ser muy deprimente. Dije:

--Quítate esas ideas de la cabeza.  Me has dicho que debemos enfrentarnos a la vida como sea. ¿Qué te pasa ahora?

--No puedo evitar sentirme agobiada.  Trataré de despejar cualquier superstición. Espero me ayudes a recobrar la entereza.

-Haré todo lo posible.  Esta tarde me gustaría invitarte al cine, ¿te gustaría alguna película en especial?

--Hay una cinta española llamada “Locura de amor”, y me encantaría verla.  Pero iré sin disfrazarme porque quiero ser yo misma. Con defectos y virtudes.

Continuamos charlando amigablemente. Marilyn parecía llenar con su sonrisa aquel local.  Con su sentido del humor bromeó con los camareros quienes ya se habían enterado quién era y estaban contentos de atenderla.

Más tarde quiso salir a tomar el sol en Playa condesa. Se puso sus gafas y contempló el mar sentada en la arena. Al ver el oleaje azul decidimos bañarnos. Los dos traíamos traje de baño como si esperáramos ese momento. Era la segunda vez que veía a Marilyn semidesnuda y no pude evitar inquietarme. Su sensualidad era francamente desbordante.




Salió del agua y se tendió boca arriba en la playa. Se recargó en un montículo de arena y me pidió le untara un bronceador.  Deseaba adquirir un tono de piel dorado.  El contacto físico me excitó sobremanera y disimuladamente me volteé de espaldas.  Demasiado tarde porque la rubia observó discretamente los atributos de mi entrepierna.  Sonrió con disimulo mientras desviaba su mirada hacia otro lado. Continuó sus confidencias:

--¿Sabes? Pienso que soy una mujer complicada.  A veces quiero estar sola y encerrarme en un mutismo inexplicable. Otras tengo necesidad de ser amada con delicadeza. Ninguno de mis maridos lo comprendió y lo lamento. Frecuentemente despierto en las noches llorando. Un psicólogo me dijo que tengo heridas profundas de una niñez no resuelta. Necesito superarlas para ser feliz.



--Quizá te afectó mucho el incidente de tu infancia.

--Creo que demasiado.

Completamente mojados observábamos tranquilamente el panorama. A distancia pequeñísimos veleros se alejaban de la bahía semejando novicias despistadas. Nos invadió una mezcla de nostalgia y sensualidad. No podía quitarme de la cabeza lo que me había dicho acerca de los hombres. Obviamente era una mujer experta.  Añadió:

--Anoche recibí la llamada de un editor. Me ofrecen un millón de dólares por mi diario.  Ni siquiera se identificó el interlocutor.

--¿Por eso decidiste quedarte?

--No, también por otros motivos.

Me dijo entusiasmada que su diario valía mucho dinero. A veces era tímida pero otras tan arrebatada como una amazona. Esos altibajos anímicos tenían un trasfondo psíquico. Sería inútil tratarla con psicólogos puesto que ya lo habían hecho en California. Yo no tenía ni idea cómo tratar un trauma pero me propuse ayudarla a cualquier precio.

Sin querer me había confesado  el abuso de su infancia. Ahí estaba el origen de toda su desdicha. Ese miedo y a la vez atracción fatal hacia los hombres.  Decidí comprar un libro que hablara sobre el tema. Era el momento de informarme más al respecto.  Visitaría bibliotecas, hablaría con especialistas.

Regresamos al hotel a medio día y dijo quería descansar. Pedí permiso al comandante para ir a una librería.  Un título llamó poderosamente mi atención: “Cómo superar traumas de la infancia”. El autor era un poco complicado pero se me gravó un enunciado: “Las personas traumadas sufren mucho, necesitan superar ese trance reviviendo el impacto emocional que las postró.  Deben ser tratadas con delicadeza y mucho amor.  La libido puede ayudar”.  De manera que el sexo también era terapéutico.






2 horas más tarde regresé al hotel dispuesto a llevarla al cine. Me llevé una desagradable sorpresa: Norma Jean yacía inconsciente en la alfombra de su suite. Pensé que se había desmayado pero un hilillo de sangre escurría por su nariz. Sin duda la habían golpeado porque tenía moretones visibles. Me alarmé sobremanera y es que teníamos la misión de cuidarla.  Abrió los ojos pesadamente y le pregunté qué había sucedido:

--Unos salvajes entraron y me golpearon.

--¿Pero por qué?  ¿Por dónde entraron?

  --Exigían les entregara mi diario.  Mi suite tiene un pasadizo secreto que comunica al elevador.

--¡Llamaré a un médico!

--No, por favor, se enterará la prensa y será un escándalo.  Te ruego tengas paciencia. Sólo son golpes externos.

--Pero tú necesitas un doctor, pueden ser heridas graves.

--Tú me curarás, Joe. Trae ese ese botiquín, hay alcohol y medicamentos.

Evidentemente la rubia estaba subestimando el incidente. Por primera vez me percaté del gran peligro en que se encontraba.  Si los sujetos obedecían órdenes eran capaces de obedecer las peores. Traté de reanimarla cuanto pude y pedí una cena para dos personas.  Ella no quiso probar alimentos:

--Norma, dime la verdad, ¿quién te golpeo y por qué?

--Deben ser de mi compañía cinematográfica.  Recuerda, me demandaron por incumplimiento de contrato.

--No te engañes. Una empresa jamás se atrevería mandarte golpear. Un amante sí. ¿Qué está sucediendo realmente?




Intentó desviar la conversación:

--Es muy tarde y quiero descansar. Tengo que regresar pronto a California.  Les dije que olvidé mi diario en Los ángeles pero lo guardé en la administración. ¿Te gustaría hojearlo?

--Son cosas que sólo a ti te conciernen –-dije disimulando mi curiosidad.

Norma lo solicitó por teléfono y me lo mostró amablemente. Palpé con expectación un cuaderno de pastas rojas, ¿qué secretos guardaba para ser tan codiciado? Luego se puso a escribir febrilmente.  Yo salí a notificarle la situación a mis compañeros quienes juraron no haber visto entrar a nadie.


A partir de ese día decidimos reforzar la vigilancia para cuidarla día y noche. Si le hubiera sucedido algo más grave estaríamos todos  en la cárcel. Gracias a Dios todo quedó en la más absoluta discreción de la actriz.

Me encontraba confundido con mis sentimientos. Nunca imaginé ver a Marilyn golpeada tan brutalmente. Ese diario ocultaba algo muy delicado que alguien quería desaparecer. Comprendí que la actriz no quería involucrarme en su vida privada.  Había sido demasiado parca en sus explicaciones. ¿Por qué tendría que regresar pronto a California?


Esa noche no dormí y una duda me abrumaba. Si mis compañeros se encontraban apostados frente a su cuarto ¿cómo tan fácilmente habían entrado a golpearla? ¿Eran los mismos agentes del FBI que la seguían un día antes? No me parecía lógica toda esa maraña de acontecimientos. Algo no encajaba del todo y me propuse averiguarlo con cautela. Era mi trabajo pero lo hubiera hecho con gusto aunque no me pagaran. 

Pretendía alejar a la estrella de cualquier peligro. Me interesaba demasiado su vida. Demasiado. No quería aceptarlo pero me estaba obsesionando con Marilyn. De la admiración había pasado a la idolatría y posteriormente a la pasión  más arrebatada.  Me estaba sumergiendo en una vorágine de acontecimientos extremadamente audaces, en los cuales no habría marcha atrás. En adelante el azar marcaría el rumbo de cada suceso.  







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