domingo, 12 de abril de 2015

RECORDANDO A PITA AMOR


                                                                   Yo soy mi casa


"De niña fui muy llorona
en mi adolescencia briosa
en mi juventud cabrona
y en mi vejez imperiosa".














Cd. de México, 1945, 10 p.m.-  Una hermosa mujer camina por la Avenida Paseo de la Reforma.  Solo lleva un abrigo de mink, ninguna otra prenda interior abriga su cuerpo.  Llama la atención de los transeúntes por su extraordinaria belleza. Camina altiva y consciente de la admiración que despierta.  Parece no sentir el frío y el viento es cómplice de sus extravagancias.  Recorre con paso firme y sensual la avenida más popular de la capital.  Su nombre: Pita Amor, una poetisa conocida también como ¨la onceava musa¨.  A partir de esos paseos nocturnos acuñó su célebre frase: "Yo soy la reina de la noche".

Nació el 30 de abril, de 1918, en la Cd. de México.  Bautizada como Guadalupe Teresa Amor Schmidtlent, y de padres aristocráticos.  Fue la menor de 7 hermanos y se describía así misma como: "la más vanidosa y bonita". En su juventud fue actriz y su belleza inspiró a grandes artistas, entre ellos, a Diego Rivera, quien la pintó desnuda.

Mujer sensible, le asustaba la oscuridad, pero comenzó a gustar de la soledad desde pequeña.  Siempre vivió rodeada de lujos y al llegar a la adolescencia decidió independizarse.  A los 18 años, comenzó una singular vida de soltera, en su departamento de Río Duero y Pánuco, en donde organizaba tertulias e invitaba a diversos personajes que la amaban, mujeres que la asediaban, y grandes hombres de letras: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Elena Garro, Pina Pellicer, José Revueltas, María Félix, y cientos de personajes más.  

Fue una mujer controvertida que tenía una personalidad avasalladora y no se dejaba dominar por nadie.  Su belleza nunca pasaba inadvertida, estaba demasiado enamorada de su persona.  Vivió intensamente, aceptó placeres y amarguras, son singular estoicismo.  Siendo una jovencita se convirtió en amante de un rico ganadero y comenzó a escribir poesías. Se involucró sentimentalmente con toreros, artistas, y escritores. 

Tenía 38 años, cuando decide tener un hijo, y debido al tren de vida que llevaba no pudo con la crianza del pequeño y lo dio en custodia a su hermana, Carito. Una tragedia que la marcó para siempre, su hijo Manuelito murió ahogado en una pila, de solo año y medio. Esa tragedia la alejó de las candilejas muchos años debido a sentimientos de culpa.  No deseaba ver a nadie, se volvió silenciosa, y descuidó su aspecto físico. 

10 años después, aparece nuevamente en diversos recitales comportándose en forma insolente y extrafalaria. Declama en homenajes a Sor Juana, Pita Amor, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Manuel Gonzales, Alfonso Reyes, Enrique Gonzales Martínez, Renato Leduc, Javier Villaurrutia, Ramón López Velarde, y muchos otros poetas mexicanos.

Ya anciana gustaba dar paseos por la "zona rosa", bien maquillada, y con un bastón dando portazos y vociferando: "¡Soy la reina de la noche!".  Los noctámbulos jóvenes la observaban con curiosidad y desconcierto.  Los mayores aplaudían sus arrebatos de artista.

Al final de su vida murió sola, en un largo silencio que la mantuvo en cama dos años, acompañada de sus fantasmas que siempre quiso exorcizar: La soledad, el abandono, y la muerte.  Con ella se fue toda una época del México romántico inspirado por las musas.  Hoy podemos disfrutar de su poesía y de sus recuerdos.  Pero como los poetas no mueren nunca ni siquiera anotamos la fecha de su partida de este mundo.






Dios, invención admirable, 
hecha de ansiedad humana 
y de esencia tan arcana 
que se vuelve impenetrable. 
¿Por qué no eres tú palpable 
para el soberbio que vio? 
¿Por qué me dices que no 
cuando te pido que vengas? 
Dios mío, no te detengas, 
o ¿quieres que vaya yo? 



 


La angustia y la vanidad, 
fundidas, te han inventado, 
y después te han obligado 
a ser la sola verdad. 
Quiso la fatalidad 
que me tocases de herencia; 
mas me persigue tu ausencia 
y me da espanto mi suerte, 
pues voy a morir sin verte 
y sin comprender tu esencia. 



No, no es después de la muerte, 
cuando eres, Dios, necesario; 
es en el infierno diario 
cuando es milagro tenerte. 
Y aunque no es posible verte 
ni tu voz se logra oír, 
¡qué alucinación sentir 
que en la propia sangre habitas, 
y en el corazón palpitas, 
mientras él puede latir!



Pita Amor.


Me sirves de baluarte, 
de asilo de mis temores, 
de centro de mis amores, 
y a ti ¿qué puedo yo darte? 
Egoístamente amarte; 
pedirte que seas verdad; 
que comprendas mi maldad; 
que mi ser tenga sentido, 
y que mi último latido 
haga eco en la eternidad.





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