martes, 1 de julio de 2014

EN MICHOACÁN TAMBIÉN ASESINAN ÁNGELES






       





En el colmo de la barbarie de lo que está sucediendo en Michoacán asesinan a tres niños solo porque su padre se atrevió a dar una entrevista a un rotativo estadounidense.


Un verdadero infierno el que viven actualmente los michoacanos donde el hampa no perdona y arrasa con todo.





Ver a tres niños sacrificados a bordo de una camioneta parece una escena dantesca sacada de "El infierno de Dante" o "La divina comedia".







Las represalias se han agudizado a raíz de la detención del Dr. Mireles. Preso en un penal de alta seguridad en Sonora acusado de crímenes que no cometió.  El único hombre que se atrevió a enfrentar a los criminales coludidos con el gobierno.





Hoy por hoy el nuevo cartel de los "caballeros templarios" gozan de la más completa libertad e impunidad.  La tuta, El pitufo, El comandante cinco, y el americano, son ahora los nuevos jefes protegidos por Alfredo Castillo y la PGR.




















QUE LA JUSTICIA DIVINA RECAIGA SOBRE TODOS ELLOS:




Tepalcatepec


Impresionante reportaje sobre Santiago Valencia (a) El Burras quien fue asesinado de forma brutal juntó son toda su familia hace unos días en Tepalcatepec, quien concedió una entrevista al Washington Post; todo apunta a los grupos de autodefensa de Tepalcatepec, coludidos con el Cartel de Jalisco Nueva Generación, esta investigación apenas empieza y se vislumbra que se destapará una alianza gobierno-narcotráfico nunca antes vista. Aquí el reportaje:

"Lo matan con su familia tras hablar con Washington Post"

The Washington Post | 21:36

Distrito Federal— Conocimos primero a sus hijos y no pudimos contener la risa. Uno no podía ver sus caras angelicales y felices y dejar de sonreír. Apenas podían ver sobre el tablero de la camioneta roja en la que viajaban.

Y sin embargo, los dos adolescentes, José Santiago Pérez, de 16 años y Bernabé Pérez, de 14, eran los emisarios que el ex miembro del cártel del narco había enviado a recogernos.

El fotógrafo Dominic Bracco y yo conocimos a los chicos el mes pasado en un lote baldío afuera de un corral en el estado de Michoacán. Estábamos ahí para escribir sobre una milicia ciudadana que se formó para echar fuera a un grupo de narcotraficantes, pero que ahora se estaba convirtiendo en algo más siniestro.

El padre de los muchachos, José Santiago Valencia Sandoval, conocía ambos lados del conflicto. Había trabajado para el cártel de los Caballeros Templarios, pero luego desertó para unirse a la milicia cuando recién se formó en el poblado de Tepalcatepec, hace más de un año. Él acordó reunirse con nosotros.

Después de muchos años y decenas de miles de muertos, la guerra contra el narco aún ensombrece a México. Franjas enteras del país –los estados de Michoacán y Tamaulipas, las ciudades a lo largo de la frontera– viven bajo las leyes de los cárteles que ahora se dedican a otras tantas cosas aparte de transportar drogas. Hay ansiedad de que se suscite la violencia, la frustración de tener que pagar cuotas al cártel, el miedo al secuestro y cosas peores.

Distrito Federal— En su primer año de mandato, el nuevo presidente, Enrique Peña Nieto, pretendía cambiar la imagen de México de un país en guerra a la de una poderosa economía en ascenso. Pero no pasó mucho tiempo antes de que volviera a enviar a los soldados a patrullar las calles en los lugares donde la máxima autoridad recae sobre los observadores adolescentes que trabajan para la mafia, con sus radios móviles. En estos lugares, donde la Policía puede llegar a ser más peligrosa que los mismísimos delincuentes y la política y el crimen van de la mano, hay pocas esperanzas de que la guerra en México termine. En este mundo de tortuosas alianzas, es difícil saber en qué creer o en quién confiar.




Al igual que sus hijos, Valencia no era lo que yo esperaba. Estaba enseñando a un caballo a dar saltos y escuchando música ranchera cuando nos estacionamos frente a su jardín. En su sala, decorada con sus trofeos de cacería, abrió unas cervezas y nos contó sorprendentes historias muy a su manera: cómo fue que se hizo pasar por muerto echándose pintura roja en el cuello para confundir a un asesino. Cómo se grabó a sí mismo en un video, diciéndoles a todos que planeaba enviarlo a la Agencia Antidrogas de Estados Unidos en caso de que fuera asesinado.

La semana pasada, ese día llegó.

Valencia y su esposa, Blanca, los dos muchachos y su hija de 11 años, Bianca –quienes nos habían dado de comer tacos y nos habían acogido generosamente en su casa– fueron detenidos mientras viajaban en su camioneta roja hacia el estado colindante de Jalisco. Los videos de YouTube que fueron tomados después mostraban la camioneta llena de agujeros de bala. La Procuraduría General de la República reportó que había señales de tortura en los cuerpos. Nadie sobrevivió.

Cuando lo conocimos, Valencia no parecía sentirse perturbado por los peligros que enfrentaba, pero hablaba con seriedad sobre los problemas que se vivían en su pueblo natal. Él sentía que el movimiento de las autodefensas, que se había esparcido por todo Michoacán –con el apoyo del gobierno mexicano– estaba siendo corrompido por el cártel de la Nueva Generación de Jalisco. El grupo al que él se había unido, dijo, se estaba convirtiendo en una fachada para criminales y podría terminar tan corrupto y abusivo como el cártel del que había desertado.

“No tolero la injusticia, y no voy a representar algo contra lo que estoy luchando”, nos declaró. “Quiero enviar ese mensaje por los medios”.

Sabía que estaba siendo perseguido.

“Nos sentimos amenazados por ciertas personas del propio movimiento”, dijo.

Unas tres semanas después de que publicáramos nuestro artículo sobre él, Valencia llamó a nuestra oficina en la ciudad de México. Para entonces, me había vuelto amigo de sus hijos en Facebook. Noté que sus pasatiempos y fotografías reflejaban el ambiente donde habían crecido: la imagen de perfil de José era una camioneta negra con los vidrios polarizados, y la de su hermano un rifle de gran potencia.

Dominic y yo estábamos de viaje, y Valencia nos había dejado mensajes indicándonos que tenía algo “bueno” qué mostrarnos. Tras presionarlo para que nos diera detalles en los días siguientes, mencionó que tenía una grabación del alcalde de su ciudad natal, Tepalcatepec, en el que se exhibía toda la “basura y la corrupción del gobierno”. La siguiente vez que fuéramos a Michoacán, le indicó a nuestro gerente, teníamos que visitarlo.

Una vez que volvimos a ciudad de México le regresamos la llamada. No respondió su teléfono. Y luego notamos su nombre.

El asesinato de Valencia y su familia apenas si recibió un espacio en los medios de México. Pero para nosotros se trató de un hecho trágico y desconcertante. ¿El artículo lo había puesto en mayor peligro? ¿Había sido asesinado por la grabación que pensaba dar a conocer? Había traicionado a un cártel de la droga (al que nos dijo que sirvió contra su voluntad) y al parecer tenía muchos enemigos. ¿Simplemente se le había acabado la suerte?

¿Y por qué matar a los niños?

Dominic me escribió en un correo electrónico después de lo sucedido que “la verdadera tragedia es que parecía que finalmente estaba escapando de esa vida por medio de los grupos de autodefensa, pero resultó que los mismos se estaban convirtiendo en su propia mafia –o que estaban por hacerlo. Luego se propuso hacer que la gente estuviera informada, como una forma de corregir todo esto”.

En México, la mayoría de los casos de homicidio no son resueltos. Los familiares de las víctimas deben vivir con sus preguntas. Sobre su sofá en casa, con sus hijos jugando entre él, Valencia nos dijo que esperaba que, al hablar, la gente “ederezara su camino”. De lo contario, indicó, “les voy a llamar y les daré nombres y apellidos, para que lo den a conocer a todo el mundo”.

Ahora su nombre brilla en el sol. Y los de ellos viven en la oscuridad. (Joshua Partlow/The Washington Post).


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